Hemos regresado a Onagawa, ciudad de Miyagi, después de 8 años de que un tsunami con olas de hasta 18 metros destruyeran el 70 por ciento de ella. Uno de cada ocho habitantes de la ciudad murió aquel 11 de septiembre de 2011, mientras que los cuerpos de 250 personas no han sido hallados hasta hoy.
La energía de las olas fue tan potente que derribó cuatro edificios de granito armado. Es la imagen que aún conservamos en la memoria cuando llegamos a la ciudad en ruinas junto a D. Juan Carlos Capuñay, embajador del Perú en Japón en aquél entonces, en busca de una familia peruana que vivía en la ciudad.
Nos reencontramos con la ciudad y le tocó a Nancy Matsuda rendir su tributo a los 827 muertos por el tsunami en el altar que se ha levantado bajo el hospital de la ciudad y caminar sobre los mismos pasos que dimos aquella vez.
No es más la misma Onagawa ni volverá a serlo. Su propia gente no la reconoce y muchos de ellos, los de más edad, se resisten a aceptarla tal cual. Pero es el precio de la sobrevivencia y la reconstrucción, tan espectacular que se ha convertido en un ejemplo para Japón.
Su industria, que se alimentaba exclusivamente de la pesca, su procesamiento y las ayudas de la Central Nuclear de Onagawa, que sufrió daños menores, busca ahora beber del turismo y sueños que reinventen su imagen.
«Afrontamos los mismos problemas que cualquier ciudad pequeña de Japón», dice el alcalde de Onagawa, Yoshiaki Suda, quien lidera el renacimiento de la ciudad. Él fue un damnificado más que hasta hace algunos años vivió con su familia en un contenedor mientras esperaba acceder por sorteo a una vivienda de la reconstrucción, como cualquier hijo de vecino.
«La población de la ciudad envejece y los jóvenes se van», expresa el alcalde Suda. Pero no por ello deja de planificar la nueva era que trata de retener a sus jóvenes con nuevas ofertas laborales.
No es fácil. Su población ha caído casi a la mitad desde los 10.051 habitantes de 2010.
Sin embargo, Onagawa sueña y se reinventa. Su zona cero, arrasada por el tsunami, es hoy un paseo peatonal llamado SeaPal Pía que es flanqueado por comercios y una maravillosa vista del horizonte marino. Nadie tienen vivienda aquí porque la zona residencial ha sido desplazada a las alturas de la periferia.
Ni siquiera esos negocios están donde uno cree. Al menos en altura, no. «La ciudad está a cinco metros de altura de donde estaba antes», explica el alcalde Suda mientras señala hacia el puerto de la ciudad, donde todo es nuevo salvo el edificio derruido de la comisaría de Onagawa, que permanece tal cual quedó tras el paso del tsunami.
El mensaje de esa estructura es claro. La ciudad es nueva, pero se ha hecho sobre el esfuerzo de sus ciudadanos y la memoria de quienes fallecieron en el desastre o no han sido encontrados hasta ahora.
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